domingo, 16 de septiembre de 2012

pippermint frappé


PIPERMINT FRAPPÉ.        

José Antonio Corrales fue un magnífico arquitecto fallecido hace dos años. Los arquitectos de Burgos le homenajeamos en 2006, como reconocimiento a su brillante trayectoria profesional iniciada en los años 50, en muchas ocasiones en colaboración con Ramón Vázquez Molezún. Previamente se hizo una visita guiada por él, en la que mostró una vitalidad admirable, “arrastrando” a los sorprendidos expedicionarios, se vieron algunos de sus edificios más relevantes: el Banco de España, el Banco Pastor, el antiguo Bankunión, las torres en la M- 30, Viviendas junto al parque del Conde Orgaz y finalmente la vivienda de Juan Huarte en Puerta de Hierro. Aunque hablamos de excelentes edificios, el que impresionó más fue éste último, un proyecto de 1.962, y había muchos motivos para ello,










Ante todo, el edificio se vuelca al interior de la parcela y plantea una admirable fluidez entre espacio interior y exterior privado, que se interaccionan de modo admirable, en el que la funcionalidad interior de la planta se prolonga al exterior, hacia los patios de jardines y piscina, de modo que éstos se convierte en un nivel intermedio del interior y se cierra en las dependencias de servicio como cerramiento perimetral; un tratamiento impensable en la mayoría de las ordenanzas de ciudad jardín, pero que se resuelve de modo admirable en este caso. En realidad, la planta base está ligeramente soterrada, de modo que contribuye a minimizar el volumen de una vivienda de unos 1.000 m².















La naturaleza del jardín se expande hacia paramentos y cubiertas, envueltos por la hiedra y penetra en diferentes niveles matizada por la barrera intangible del vidrio y así se afronta otro empeño de Corrales: la luz. La luz procede de un exterior hermético, por la citada disposición perimetral de dependencias auxiliares, de modo que las fachadas fundamentales son interiores y abiertas a los jardines y piscina, pero su cubierta a un agua se prolonga en apertura hacia la sierra de Madrid, cuyas vistas se disfrutan desde la planta superior. La funcionalidad de la planta está fuera de duda, como en todos los edificios de Corrales, se definen tres módulos básicos (Juegos, estar y dormitorios), enfrentados a la secuencia de patios (jardín, piscina, jardín), desde el central de estar se asciende a la estancia superior de biblioteca- estar con chimenea, con las vistas de la sierra referidas, una secuencia impecable realzada por unas pinturas de Lucio Muñoz. Sus interiores limpios en sus blancas paredes, sin resaltos, en cuyos espesores se alojan armarios y radiadores, hablan de espacio interior minimalista, antes de que nadie lo bautizara así. Similar descubrimiento ocurre respecto a la “naturación” exterior, mediante el jardín, la piscina y la hiedra, presentes como equilibradores térmicos. La casa está en venta desde hace muchos años y no encuentra comprador, porque los posibles compradores quieren edificios más llamativos, con tratamientos de materiales más ostentosos… Nada que ver con la voluntad de discreción e introspección de esta vivienda, que difícilmente podría salir en “¿Quién vive ahí?”.












Al deambular por el interior durante la visita, era inevitable sentir la tristeza de una obra tan brillante abandonada; la escasa presencia de mobiliario permitía resaltar la potencia volumétrica del espacio, pero transmitía la decadencia, envuelta en hiedra, de lo que había sido un grato entorno que fue dramáticamente abandonado. El secuestro de Felipe Huarte por ETA en enero de 1.973, alteró la pujanza de un grupo empresarial y familiar, cuyo mecenazgo fue una salvaguarda para los creadores españoles, en los duros tiempos de un franquismo, cuyas referencias estéticas se basaban en “lo imperial y lo popular”. Ese compromiso cultural promocionó a Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Luis de Pablo y el grupo Alea, Nueva Forma y Juan Daniel Fullaondo, Francisco Sainz de Oiza, el propio José Antonio Corrales y otros muchos, alcanzando su cima en los Encuentros del Arte de Vanguardia al inicio del verano de 1.972. Sin saberlo, esa increíble manifestación cultural en tiempos de Franco, fue un canto de cisne, porque ETA cambió el guión de un entorno singular.













En el estar superior, todavía permanecían algunos vinilos de la época habitada, había algo de música clásica y, fundamentalmente, cante jondo, al que eran muy aficionados. Era fácil imaginar lo agradables que debían ser las veladas, bajo la mirada de la sierra, junto a la chimenea, la música que te apetece y unos amigos. Un paraíso próximo, pero perdido. Cuando tienes cierta edad valoras las cosas desde la inevitable memoria personal, recordaba “Pippermint Frappé” (1967), la película de Carlos Saura, en ella el protagonista tiene un refugio personal, ajeno al entorno mediocre de la época, ubicado en la proximidad de la Cuenca de los años 60, otro lugar emblemático para una élite de artistas de vanguardia. En el recuerdo queda Geraldine Chaplin bailando el tema de Los Canarios. Universos aislados, relativamente próximos, relativamente paralelos, pinceladas de color en el entorno gris del franquismo. Las películas de Saura suelen tratar las tensiones internas de ambientes herméticos, con un ambiente exterior mediocre o agobiante; a diferencia de la película, en la vida real la tensión no la aportaron los protagonistas, simplemente, les llegó de fuera. Pensaba que me hubiera gustado escuchar en ese salón, bajo una noche estrellada, “El murmullo de tus manos” de Antonio Vega y, aunque no me gustan las bebidas dulces, tal vez me tomase un “Pippermint Frappé”.




No hay comentarios:

Publicar un comentario