jueves, 30 de agosto de 2012

Los Sonidos del Vinilo


LOS SONIDOS DEL VINILO Y ALGO MÁS.

Cuando aparecieron los primeros lectores digitales la sorpresa que hacían notar los que ya lo conocían, era el silencio absoluto entre canciones; nada que ver con la “fritura” de los trabajados vinilos. El sonido digital era tan perfecto, todavía recuerdo la elegante cadenciosidad digital del “Hey, Nineteen” de Steely Dan en una tienda de la calle Barquillo. Ciertamente las carátulas perdían calidad al reducirse, los textos eran poco legibles, como luego sucedió con las guías telefónicas y los contratos financieros, pero los Cds eran tan cómodos, ocupaban menos, funcionaban a distancia y duraban más. Así que la evolución se veía venir y vino: luego apareció el fallido “minidisc”, pero el formato comprimido del mp3 alteró definitivamente la forma de transmitir y acumular música. Ciertamente, lo que nos atrae de la música son las composiciones, las canciones y las variadas interpretaciones que nos ofrecen, pero la fruición artística de la música no es un simple proceso de acumulación, existe una mayor riqueza espiritual y objetual, que es lo que convierte a los viejos Lps en fetiches, como objetos de valoración más allá de su simple apariencia.














La apariencia de los primeros discos se limitaba a una funda protectora que evitara su deterioro, la valoración era estrictamente musical, pero su aspecto era poco atractivo y de identificación incómoda. En los años cincuenta las portadas empezaron a ser auténticas carátulas, pues solían aparecer los intérpretes adecuadamente presentados para la ocasión. La vinculación de la música pop, con la imaginería de ese movimiento artístico, abrió la vía a una mayor creatividad de las portadas, en una cultura de la imagen regida por el cine y la TV los resultados tenían que aparecer. En principio se sofisticaron las composiciones fotográficas, pero fueron los Beatles quienes marcaron el salto hacia una nueva dimensión artística en la presentación de los vinilos. Primero fue la portada “collage” de “Revolver”, obra de su amigo Klaus Voormann, el bajista de Manfred Mann, siguió el “Sargent Pepper” y remataron con el doble “White Album”, un viaje magnífico y acelerado del pop al minimalismo. Los Beatles son considerados los “número uno” de la música pop y mucha de su obra ya es historia de la Música, pero tienen esa condición por múltiples motivos, entre los que destaca trascender de la creación musical, y así se expresa en el “Sargent Pepper”, su obra cumbre.














Otros muchos siguieron el camino, de modo que incluso se producían asociaciones entre el grupo y su imagen gráfica, como los ”Yes” con Roger Dean, Pink Floyd e Hipgnosis, Little Feat y Neon Park, etc… Lo que no impedía magníficas portadas sin esa correspondencia continuada, por ejemplo, Jethro Tull cambiaba mucho en el modo de plantear sus portadas, pero consiguió una obra maestra con el periódico de “Thick as a Brick”. La difusión de la música, a través de los vinilos, había alcanzado una multidimensionalidad artística, que incorporaba texto, imagen gráfica y, en un salto posterior, la imagen animada, inevitable en la cultura del videoclip. Esta acumulación precisaba el formato de Lp, aunque pudieran existir Singles o EPs de interés, pero éstos acabaron teniendo un carácter casi promocional. Por eso cuando se tiene un Lp, se tiene algo más que un soporte digital; como en el caso de los libros, existe un valor añadido que se aporta con la edición, calidad de diseño, portada, composición, etc. Como es lógico todo este contexto ha pasado a ser residual en la situación actual, cuando las canciones se descargan al “móvil”, la mercadotecnia ajusta precios en los productos que hay que consumir y el “pirateo” ignora todo el cúmulo de esfuerzos que puedan existir en un objeto de de valor artístico , para consumo más o menos efímero. Por supuesto que existen sellos independientes comprometidos con el viejo espíritu, del arte múltiple y total, pero son testimoniales.












Dicen que si no soñáramos nos volveríamos locos, pero algo parecido puede suceder con el sonido: el silencio absoluto inquieta y estar en una cámara anecoica desubica. Tras la experiencia digital y la frialdad de su sonido, se echa de menos una calidez más humana, saber que ese pequeño ruido, entre canciones, me avisa de que está sonando un disco y sentir como que existe un peculiar movimiento del aire. Simon & Garfunkel cantaron a los “Sonidos del Silencio”, pero en grabación analógica; cuando hablamos de los sonidos de vinilo, lo que recuperamos es esa humanidad íntima que nos transmitían como cantautores; algo más que música. En algunos discos de la serie de Música Antigua de Hispavox, se advertía de las condiciones en las que se habían efectuado las grabaciones, mediante el sistema Dolby, generalmente en una Iglesia o un Monasterio. El editor se “lamentaba” de que, a pesar de todos los cuidados, tal vez se pudiera notar el canto de algún pájaro... Siempre me pareció una “demagogia calculada”, pues esa imperfección da proximidad a la obra de arte.










Las excelencias de la música son reconocidas, incluso por quienes no la valoran: a las plantas les gusta Mozart, las vacas producen una carne más blanda, si en sus últimos momentos “disfrutan” de música melódica, etc… La música siempre nos aporta estímulos, recuerdos, incluso importantes sensaciones emocionales, pero se puede escuchar de modo inconsciente y contribuir a inducir estados de ánimo y alienación. La descarga, o el fondo de música programada, pueden abrumar. Es distinto cuando tomamos un álbum, que suele guardar todo el valor de sus recuerdos, y además se aprecia su trabajo artístico de presentación y maquetación, leemos los créditos sin dificultad y cuando lo tenemos en nuestras manos, mientras suena con sus silencios de murmullos, somos conscientes de un conjunto de sensaciones estéticas, de un arte múltiple, por eso los vinilos se han convertido en fetiches y quien lo valora asume un grado del coleccionismo artístico. Así que… ¡Disfrútalo!













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