LOS SONIDOS DEL
VINILO Y ALGO MÁS.
Cuando aparecieron los primeros lectores digitales la sorpresa que hacían
notar los que ya lo conocían, era el silencio absoluto entre canciones; nada
que ver con la “fritura” de los trabajados vinilos. El sonido digital era tan
perfecto, todavía recuerdo la elegante cadenciosidad digital del “Hey,
Nineteen” de Steely Dan en una tienda de la calle Barquillo. Ciertamente las
carátulas perdían calidad al reducirse, los textos eran poco legibles, como
luego sucedió con las guías telefónicas y los contratos financieros, pero los
Cds eran tan cómodos, ocupaban menos, funcionaban a distancia y duraban más. Así
que la evolución se veía venir y vino: luego apareció el fallido “minidisc”,
pero el formato comprimido del mp3 alteró definitivamente la forma de
transmitir y acumular música. Ciertamente, lo que nos atrae de la música son
las composiciones, las canciones y las variadas interpretaciones que nos
ofrecen, pero la fruición artística de la música no es un simple proceso de acumulación,
existe una mayor riqueza espiritual y objetual, que es lo que convierte a los
viejos Lps en fetiches, como objetos de valoración más allá de su simple
apariencia.
La apariencia de los primeros discos se limitaba a una funda protectora que evitara su deterioro, la valoración era estrictamente musical, pero su aspecto era poco atractivo y de identificación incómoda. En los años cincuenta las portadas empezaron a ser auténticas carátulas, pues solían aparecer los intérpretes adecuadamente presentados para la ocasión. La vinculación de la música pop, con la imaginería de ese movimiento artístico, abrió la vía a una mayor creatividad de las portadas, en una cultura de la imagen regida por el cine y
Otros muchos siguieron el camino, de modo que incluso se producían
asociaciones entre el grupo y su imagen gráfica, como los ”Yes” con Roger Dean,
Pink Floyd e Hipgnosis, Little Feat y Neon Park, etc… Lo que no impedía
magníficas portadas sin esa correspondencia continuada, por ejemplo, Jethro
Tull cambiaba mucho en el modo de plantear sus portadas, pero consiguió una
obra maestra con el periódico de “Thick as a Brick”. La difusión de la música,
a través de los vinilos, había alcanzado una multidimensionalidad artística,
que incorporaba texto, imagen gráfica y, en un salto posterior, la imagen animada,
inevitable en la cultura del videoclip. Esta acumulación precisaba el formato
de Lp, aunque pudieran existir Singles o EPs de interés, pero éstos acabaron
teniendo un carácter casi promocional. Por eso cuando se tiene un Lp, se tiene
algo más que un soporte digital; como en el caso de los libros, existe un valor
añadido que se aporta con la edición, calidad de diseño, portada, composición,
etc. Como es lógico todo este contexto ha pasado a ser residual en la situación
actual, cuando las canciones se descargan al “móvil”, la mercadotecnia ajusta
precios en los productos que hay que consumir y el “pirateo” ignora todo el
cúmulo de esfuerzos que puedan existir en un objeto de de valor artístico ,
para consumo más o menos efímero. Por supuesto que existen sellos
independientes comprometidos con el viejo espíritu, del arte múltiple y total,
pero son testimoniales.
Dicen que si no soñáramos nos volveríamos locos, pero algo parecido puede
suceder con el sonido: el silencio absoluto inquieta y estar en una cámara
anecoica desubica. Tras la experiencia digital y la frialdad de su sonido, se
echa de menos una calidez más humana, saber que ese pequeño ruido, entre
canciones, me avisa de que está sonando un disco y sentir como que existe un
peculiar movimiento del aire. Simon & Garfunkel cantaron a los “Sonidos del
Silencio”, pero en grabación analógica; cuando hablamos de los sonidos de
vinilo, lo que recuperamos es esa humanidad íntima que nos transmitían como
cantautores; algo más que música. En algunos discos de la serie de Música
Antigua de Hispavox, se advertía de las condiciones en las que se habían
efectuado las grabaciones, mediante el sistema Dolby, generalmente en una
Iglesia o un Monasterio. El editor se “lamentaba” de que, a pesar de todos los
cuidados, tal vez se pudiera notar el canto de algún pájaro... Siempre me
pareció una “demagogia calculada”, pues esa imperfección da proximidad a la
obra de arte.
Las excelencias de la música son reconocidas, incluso por quienes no la
valoran: a las plantas les gusta Mozart, las vacas producen una carne más
blanda, si en sus últimos momentos “disfrutan” de música melódica, etc… La
música siempre nos aporta estímulos, recuerdos, incluso importantes sensaciones
emocionales, pero se puede escuchar de modo inconsciente y contribuir a inducir
estados de ánimo y alienación. La descarga, o el fondo de música programada,
pueden abrumar. Es distinto cuando tomamos un álbum, que suele guardar todo el
valor de sus recuerdos, y además se aprecia su trabajo artístico de presentación
y maquetación, leemos los créditos sin dificultad y cuando lo tenemos en
nuestras manos, mientras suena con sus silencios de murmullos, somos
conscientes de un conjunto de sensaciones estéticas, de un arte múltiple, por
eso los vinilos se han convertido en fetiches y quien lo valora asume un grado
del coleccionismo artístico. Así que… ¡Disfrútalo!
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