LOS SONIDOS DEL
VINILO Y ALGO MÁS.
Cuando aparecieron los primeros lectores digitales la sorpresa que hacían
notar los que ya lo conocían, era el silencio absoluto entre canciones; nada
que ver con la “fritura” de los trabajados vinilos. El sonido digital era tan
perfecto, todavía recuerdo la elegante cadenciosidad digital del “Hey,
Nineteen” de Steely Dan en una tienda de la calle Barquillo. Ciertamente las
carátulas perdían calidad al reducirse, los textos eran poco legibles, como
luego sucedió con las guías telefónicas y los contratos financieros, pero los
Cds eran tan cómodos, ocupaban menos, funcionaban a distancia y duraban más. Así
que la evolución se veía venir y vino: luego apareció el fallido “minidisc”,
pero el formato comprimido del mp3 alteró definitivamente la forma de
transmitir y acumular música. Ciertamente, lo que nos atrae de la música son
las composiciones, las canciones y las variadas interpretaciones que nos
ofrecen, pero la fruición artística de la música no es un simple proceso de acumulación,
existe una mayor riqueza espiritual y objetual, que es lo que convierte a los
viejos Lps en fetiches, como objetos de valoración más allá de su simple
apariencia.